El escenario en suelo galo no puede ser más tenso, en una crisis política que acapara también la atención internacional, con el desafío prioritario por delante para el nuevo Gobierno de dotar al país de un presupuesto del Estado y de la Seguridad Social para el año próximo.
Como era de esperar, no fueron invitados a la reunión en el Elíseo la Agrupación Nacional (RN) y La Francia Insumisa (LFI), fuerzas que el oficialismo identifica con los extremos de derecha y de izquierda, respectivamente.
Ambos partidos apuestan por detener la crisis en curso con el llamado a las urnas, ya sea la disolución de la Asamblea Nacional o la convocatoria a elecciones presidenciales anticipadas, reclamo este último sobre todo de LFI.
De momento Macron no parece dispuesto a aceptar la hipótesis de los comicios, una opción que los entendidos ven incluso con los ribetes de un suicidio político, a partir de la gran ventaja en las encuestas de RN, tanto para eventuales legislativas como presidenciales.
Por lo tanto, sobre la mesa estarían las tesis de escoger a un nuevo primer ministro de su entorno, incluso volver a nombrar a Sébastien Lecornu, quien renunció el lunes, de designar a uno de la izquierda y apostar por la cohabitación o de decantarse por un Gobierno técnico, en teoría apolítico.
Algunas voces del oficialismo, como el ex primer ministro Gabriel Attal y Agnès Pannier-Runacher, ministra desde hace siete años, piden al jefe del Estado aceptar la cohabitación, presumiblemente con los socialistas.
La reunión de esta tarde en el Elíseo podría despejar dudas, pero también tendría severas consecuencias si Macron descarta nombrar a un político de izquierda en Matignon.
RN y LFI ya han dejado claro que van con todo contra el mandatario, y sus alrededor de 200 votos en la Asamblea Nacional representan una amenaza permanente de censura, con 89 más necesarios para derrocar a un futuro primer ministro.
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