Reclinados sobre vallas que definían el recorrido por la céntrica Paseo de la Reforma, miles de mexicanos, pero también latinoamericanos, asiáticos y europeos aguardaron durante horas para atestiguar bien de cerca uno de los momentos más esperados de la conmemoración.
Entonces comenzaron a divisarse las catrinas, esos símbolos de la muerte representativos de México en todo el mundo; los colectivos de danza y los tambores, así como los hombres y mujeres con prendas tradicionales que evocaron una vez más la resistencia de los pueblos indígenas.
En esta oportunidad, el desfile rindió homenaje a la fundación hace siete siglos de la Gran México Tenochtitlán y a personajes considerados ilustres de la cultura popular, entre estos, la cantante Paquita la del Barrio y la actriz Tongolele, fallecidas en 2025.
Los participantes se acercaban a las vallas para saludar o dar la mano a los espectadores, algunos de ellos con maquillajes de catrinas o catrines –como llaman a los del género masculino-, diademas con flores o lazos y niños pequeños elevados sobre sus hombros.
Miguel Ángel, de Colombia, vino a esta capital a visitar a unos amigos y “de paso conocer la cultura mexicana”, en un “día muy especial” al que no es igual acercarse por televisión que apreciar de manera directa, según contó a Prensa Latina.
Para Silviano y Evelia, nacidos en México pero residentes en Nueva York desde hace muchos años, se trata de la primera ocasión en la que visitan el país para sumarse específicamente a la festividad.
“En Estados Unidos siguen más lo del Halloween, y a mí me gusta más esto”, explica Evelia en diálogo con esta agencia de noticias al encomiar la presente edición del desfile, que reunió a más de un millón 450 mil personas, según cifras oficiales.
Ofrendas y altares en la calidez del hogar, pero también en cementerios, instituciones y espacios públicos adornan por estos días las ciudades y los pueblos del país, en una tradición reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Si bien el calendario marca la festividad para los días 1 y 2 de noviembre, desde mucho antes apareció en sitios emblemáticos o se vendió en tiendas y pequeños puestos el cempasúchil, la flor amarilla o naranja que guía los pasos de los seres queridos hasta los altares, según la creencia.
Infaltables resultan también el pan de muerto, el papel picado o las calaveritas de azúcar, todo aderezado por colores muy distantes del espíritu de tristeza y aflicción que caracteriza a conmemoraciones similares en otros sitios del mundo.
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