Los Lusitanos encontraron la gloria gracias al golpe certero de Anísio Cabral, quien al minuto 32 aprovechó un pase filtrado de Duarte Cunha para rubricar su séptimo tanto del torneo, un destello que partió la final en dos mitades irreconciliables.
Portugal escribió hoy su mejor página histórica. Después del bronce de 1989, el equipo de João Santos ascendió a lo más alto apoyado en un recorrido sólido: segunda de grupo (2-1), victoria 2-1 ante Bélgica en la ronda de 32, goleada 5-0 a México en octavos, autoridad 2-0 sobre Suiza en cuartos y una tensa clasificación ante Brasil en semifinales, donde solo la tanda de penales separó al sueño de la pesadilla.
Austria, el llamado Equipo Maravilla, llegó a esta cúspide tras una travesía impecable: invicta en su grupo (3-0), victoriosa 2-0 ante Túnez en la ronda de 32, implacable 4-0 contra Inglaterra en octavos, exacta 1-0 frente a Japón en cuartos y demoledora 2-0 sobre Italia en semifinales.
El conjunto de Hermann Stadler, que apenas había encajado un gol en siete partidos, rozó su primera corona mundial en cualquier categoría, pero se estrelló contra una muralla lusitana que nunca dejó de creer.
La final fue un duelo de convicciones: la precisión austríaca contra el instinto portugués; la geometría frente al vértigo. Y, al final, un instante —Cabral cayendo sobre el césped tras su estocada— fue suficiente para que Portugal conquistara el oro.
En esta misma jornada, Italia derrotó 4-2 a Brasil en tanda de penales y se quedó con el tercer lugar del campeonato, completando un podio que quedará en los libros como uno de los más disputados de la categoría.
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