En rigor la demandante no es que tenga un amor secreto que oponer a la elección de sus mayores, se trata solo de defender su derecho y dejarlo en claro por si aparece en el horizonte un pretendiente más de su agrado, eventualidad siempre posible.

Pero los progenitores de la joven de 20 años, identificada como Fátima Muhammad en los reportes de prensa que dieron cuenta del caso, acudieron a una argumentación de peso, en particular en un país de mayoría musulmana, como es el caso de Nigeria.

A primera vista el pleito carecía de vericuetos que lo convirtieran en una causa célebre, pero en el camino esperaba un giro inesperado que lo sacaría de la categoría de expediente tedioso y por ende de fácil solución.

El padre de Fátima puso al tribunal contra las cuerdas con un enunciado inexpugnable por inesperado cuando afirmo que la insistencia en proponer al pretendiente se debe a que fue escogido por los abuelos desde entonces fallecidos y la familia desea respetar su voluntad póstuma.

Ante semejante razonamiento, sin embargo, la demandante dio muestra de fortaleza de carácter y de una inteligencia digna de una diplomática de altos quilates y a través de su abogado arguyó que su decisión no parte de irrespeto a los ancestros, sino de la defensa de su derecho.

Enfrentado a un dilema requerido de una sentencia de categoría salomónica, el magistrado encargado del caso, Malam Aiyeku Abdulrahman, tuvo que emitir uno de esos fallos imposibles por intentar servir a Dios y al diablo, pero demostró estar a la altura.

Usted es el padre, por lo tanto debe permitirle que le presente la persona con la que desea casarse y, si usted queda complacido con su religión y carácter, le permitirá contraer nupcias, dice la sentencia del juez, difundida a todo trapo en los medios de prensa por lo inusual del pleito.

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