Famosa por albergar los navíos de corsarios, la ciudad fortificada gozó de su esplendor en los siglos XVII y XVIII, y por su posición estratégica fue un escenario permanente de conflictos entre el Ducado de Bretaña y el Reino de Francia, hasta que a finales del siglo XV la soberana Ana de Bretaña la anexó al Reino.
Increíbles vistas desde las murallas permiten apreciar las islas anglonormandas de Guernesey, Jersey y Sercq, en una villa abarrotada de vacacionistas en el verano por sus hermosas playas, pero siempre atractiva por su historia, sus empedradas callejuelas, en las que vale la pena perderse, y su puerto viejo, punto de partida de la famosa regata transatlántica La Ruta del Ron, con destino en la antillana Pointe-à-Pitre, Guadalupe.
Saint-Malo se levanta sobre una roca y suele evocar los nombres de legendarios corsarios como René Duguay-Trouin, a quien se le atribuye la captura de unas 300 embarcaciones y la increíble toma de Río de Janeiro, y Robert Surcouf, merecedor del simbólico título de Rey de los Corsarios tras apoderarse del enorme navío comercial Kent, perteneciente a la Compañía Británica de las Indias Orientales.
Una parada obligada en la ciudad amurallada bretona es la catedral de Saint-Vincent-de-Saragosse, su construcción más antigua, que vela por sus habitantes desde el siglo XII.
(Tomado de Orbe)