La nación, conocida por sus playas de arenas oscuras en el océano Pacífico, sitios para practicar surf y el paisaje montañoso, presenta 36 volcanes en activo de los 242 que existen en su geografía, según un informe del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales.
De ellos, el de San Miguel (Chaparrastique), ubicado en el departamento homónimo, en el oriente del país, es el más peligroso, pues tiene la mayor actividad volcánica, emisión de cenizas y presencia de sismos; por tanto, permanece en constante monitoreo.
Le siguen el de Santa Ana (el más alto, con una elevación de 2 381 metros sobre el nivel del mar); Izalco (Sonsonate); el de San Salvador; las calderas del lago de Ilopango y de Agua Shuca; el volcán Conchagüita (La Unión); el de San Vicente; el de Tecapa, y El Hoyón.
Algunos presentan características peculiares, como el de San Vicente, que tiene dos picos; el de Conchagüita, con dos cráteres en la cumbre, y el complejo volcánico de San Salvador, que reúne varios colosos, entre ellos el Boquerón.
Este último, a donde se llega por una asfaltada y sinuosa carretera que a ambos lados presenta restaurantes y miradores, es la atalaya desde donde se divisa a sus pies la capital del país, la cual en 1917 sufrió la explosión de esta estructura geológica que por poco la hace desaparecer. Hoy el gigante se mantiene dormido, pero algún día pudiera despedir toneladas de lava ardiente, gases y cenizas.
La ciencia recuerda que en las profundidades del lago de Ilopango hay magma, a seis kilómetros bajo la caldera, lo cual plantea una amenaza latente, principalmente para la capital salvadoreña. Aunque la frecuencia eruptiva de este tipo de volcán se estima en miles de años, la posibilidad de actividad eruptiva dentro de la zona intracaldérica es una realidad.
Hoy El Salvador se propone utilizar los volcanes como fuente de energía y la geotérmica se posiciona como un recurso alternativo contra el cambio climático.
(Tomado de Orbe)





