El gol de Igor Jesus, tras una asistencia quirúrgica de Savarino, no solo estremeció el estadio californiano de Rose Bowl, sino que tocó una fibra profunda en la memoria afectiva del fútbol nacional.
Trece años después de la última victoria sudamericana ante un equipo europeo en este torneo (Corinthians 1-0 al inglés Chelsea, en 2012), el apodado Fogão lo volvió a hacer, y no contra cualquiera.
El actual campeón de la Champions League, armado con millones y luminarias, fue reducido por un equipo disciplinado, aguerrido y brillante en los momentos justos.
Desde temprano se respiraba tensión en las calles brasileñas. Los aficionados se juntaban con la esperanza tenue de una hazaña; pero, al minuto 35 del primer tiempo, cuando Savarino recuperó un balón en defensa y asistió en profundidad a Igor Jesus, el país contuvo el aliento.
Tras deshacerse de la zaga francesa, el joven atacante disparó con un toque sutil, desviado en un defensor, que dejó sin opciones al portero. El Rose Bowl explotó y en Brasil detonó un rugido colectivo que cruzó fronteras.
El PSG intentó responder con Kvaratskhelia como estandarte por la izquierda; pero, el Botafogo de Renato Paiva supo cerrar filas.
La defensa jugó con alma, el mediocampo masticó cada pelota dividida y el arquero John respondió con sobriedad cada vez que fue llamado. Lo que siguió fue una clase de resistencia con dignidad, orden y un corazón que parecía no caber en el pecho de cada jugador albinegro.
El triunfo deja al equipo carioca líder en solitario del Grupo B del Mundial de Clubes, con seis puntos, muy cerca de sellar su pase a los octavos de final.
PSG y Atlético de Madrid quedan con tres unidades y el Seattle Sounders aún no ha sumado. La última jornada promete tensión, pero el Botafogo ya desmembró lo que parecía irrompible.
En los cafés de Brasilia, algunos no dudaban en repetir una frase que parecía olvidada: «O futebol brasileiro ainda está vivo (el fútbol brasileño todavía está vivo)».
Para muchos, esta no fue una simple victoria. Fue un grito de orgullo en medio de años de frustraciones internacionales. Fue la prueba de que, con menos presupuesto, pero con más alma, todavía se pueden tumbar imperios.
Lo que hizo Botafogo en Pasadena fue escribir una página dorada en su historia reciente e iluminar el camino. Pero, lo que ocurrió en Brasil, en ese estallido colectivo que hizo temblar hasta las redes sociales, fue algo más profundo: una nación entera, por unos minutos, volvió a sentirse campeona.
Y eso —como bien lo saben los que han llorado por este deporte— no tiene precio.
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