Por Orestes Hernández
En Exuma, el mar no es solo un paisaje, es un mosaico de agua y vida silvestre, con playas dignas del trópico caribeño que, en bajamar, invita a caminatas interminables sobre la arena.
Lo que realmente define a Exuma son sus encuentros con la fauna: desde cerdos nadadores hasta tiburones nodriza que juguetean inofensivos junto a los bañistas.
Iguanas endémicas en el conocido Allan’s Cay y rayas que se acercan a alimentarse por humanos en la bella playa de Chat ‘N’ Chill, justifican la sensación placentera del lugar.
La exploración en Exuma es sinónimo de navegación. Es costumbre ver los tours en barco que recorren desde cuevas submarinas repletas de peces dignas de producciones cinematográficas, hasta el Exuma Cays Land and Sea Park, la primera reserva marina del Caribe, creada en 1958 para proteger arrecifes, cayos vírgenes y especies.
Entre historias de piratas y plantaciones de algodón del siglo XVIII, el parque es hoy un santuario donde el buceo revela jardines de coral y paisajes azules.
La capital, Georgetown, es su corazón social. Pequeños y atractivos mercados, restaurantes famosos por su pescado frito y langosta, ofrecen una inmersión única en la cultura bahamense.
La herencia colonial perdura en las ruinas de The Hermitage, donde tumbas del siglo XVIII narran historias tremebundas, mientras el Family Island Regatta en Elizabeth Harbour celebra la tradición náutica con regatas de veleros.
Exuma no es un destino cualquiera. Es un laberinto de islas donde cada cayo esconde una sorpresa.
Y aunque el Caribe está pleno de aguas paradisíacas, dicen que un astronauta celebró particularmente las aguas cristalinas de Exuma, que juró haber divisado desde el espacio.
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