La joven de 23 años se estiró hasta los 14.94 metros, un salto que la situó en la cima del planeta y la redimió del quinto puesto olímpico en París. A su lado quedaron la dominiquesa Thea Lafond, campeona en la capital francesa y la venezolana Yulimar Rojas, la reina destronada, que tras dos años de ausencia y un tendón rebelde, regresó para colgarse un bronce digno.
La crónica de esta final parecía escrita con tinta dramática: el cielo encapotado, las gradas repletas, la tensión al filo de cada carrera, y esa espera hasta el último salto de la venezolana.
Rojas, todavía en recuperación, ejecutó su rutina y el mundo contuvo el aliento; Leyanis, de reojo, no se atrevió a celebrar hasta que vio cómo la reina ya no alcanzaba la cima. Entonces sí: el grito de victoria se abrió paso entre aplausos y exclamaciones.
Era un desquite largamente esperado. En París había dejado escapar el podio, quizá demasiado presionada por la ausencia de su gran rival. Ahora, en Tokio, le arrebataba la corona, frente a los ojos del continente y del planeta. La joven pinareña, que alguna vez soñó bajo la inspiración de Caterine Ibargüen, transformaba esa ilusión en mandato.

El estadio —ese mismo que le negó en 2021 el debut olímpico por culpa de una lesión— se convirtió esta noche en templo de consagración. Fue la proclamación de una heredera que ya no se conforma con la sombra de nadie.

Leyanis Pérez es hoy el rostro luminoso del triple salto, la mujer cubana que saltó bajo la lluvia para reescribir la historia. Y mientras su compañera Liadagmis Povea luchaba como amazona fiel para quedarse con el cuarto escaño y el Caribe todo flameaba en la pista, Tokio fue testigo de cómo una muchacha de 23 años tocó la gloria con sus pies.
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