El último pase de Lenny Wilkens: adiós al caballero del baloncesto

Washington, 10 nov (Prensa Latina) El mundo del baloncesto amanece hoy con la noticia de la muerte de Lenny Wilkens, a los 88 años de edad, un hombre que convirtió el juego en una sinfonía de calma y talento.

Falleció ayer, rodeado de su familia, según confirmaron sus allegados, dejando tras de sí una estela de respeto que atraviesa generaciones. No se revelaron las causas del deceso, pero su partida resuena como un eco sereno en cada cancha del mundo.

Wilkens fue tres veces inmortal en el Salón de la Fama: como jugador, como entrenador y como parte del legendario Dream Team de 1992. Su nombre no solo figura en la memoria de un deporte que él ayudó a civilizar, a convertir en arte.

Base fino, estratega nato, líder sin alardes. Así lo recuerdan quienes lo vieron elevar el baloncesto desde el parquet hasta la ética. Nueve veces All-Star como jugador, campeón de la NBA con los Seattle SuperSonics en 1979 y mentor de dos generaciones de estrellas, Wilkens fue el tipo de hombre que enseñaba sin gritar, que corregía con la mirada y que creía en el poder de la inteligencia sobre el estruendo.

Durante su carrera dirigió 2 487 partidos —récord aún vigente— y se retiró con 1 332 victorias, cifra que solo unos pocos entrenadores lograron superar después. Pero más allá de los números, su huella fue moral: el ejemplo de quien supo ganar y perder sin perderse a sí mismo.

En Seattle, donde una estatua lo honra frente al Climate Pledge Arena, lo llamaban “el padrino del baloncesto”. Allí, entre las lluvias del noroeste, formó una comunidad, impulsó clínicas deportivas, becas y programas sociales.

“El liderazgo no se impone, se inspira”, solía decir. Quizá por eso fue tan grande. Porque su forma de guiar trascendió tableros y cronómetros. Fue un maestro sin estridencias, un arquitecto del respeto.

Hoy, cuando el deporte despide a uno de sus más elegantes embajadores, queda la sensación de que Lenny Wilkens no se fue del todo. Su silueta aún parece moverse entre las sombras de un gimnasio vacío, dibujando con el gesto tranquilo de siempre la jugada perfecta: esa en la que la humildad también anota.

mem/blc

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