Cuba amanece con la memoria en alto. No es solo un conteo de votos: es un regreso a las raíces, a aquella primera luz que encendió Enrique Figuerola en Tokio, cuando su velocidad lo puso en el podio olímpico y en la historia inaugural de esta consulta continental. Fue él, el del paso eléctrico, el del subcampeonato olímpico en 1964, quien abrió el libro de los elegidos y marcó para siempre el tono caribeño de la grandeza.
A partir de ahí, la historia se despliega como una épica de rostros y países que encuentran aquí una patria deportiva común. México, por ejemplo, escribió capítulos tempranos con la esgrimista Pilar Roldán, plata olímpica en México 68, y con el prodigio acuático Felipe “El Tibio” Muñoz, campeón bajo los cinco aros ese mismo año.
Colombia también levantó su bandera con la zancada infinita de Álvaro Mejías y, luego, con el ciclismo inmortal de Martín “Cochise” Rodríguez, rey de Panamericanos, recordista del orbe y leyenda eterna.
Pero los focos mediáticos vuelven una y otra vez hacia Cuba, donde se forjó una estirpe que domina buena parte de la historia.
Porque después de Figuerola vinieron aquellos que hicieron del músculo una poética nacional: Pedro Pérez Dueñas, plusmarquista mundial del triple salto; Silvio Leonard, primer latinoamericano en bajar de los 10 segundos en 100 metros y Daniel Nuñez, monarca olímpico de la halterofilia.
Y, como titanes que cruzan la pantalla en cámara lenta, dos gigantes: Teófilo Stevenson, el hombre que rechazó millones para no traicionar una bandera y que conquistó tres oros olímpicos;
y Alberto Juantorena, el “Elegante de las Pistas”, doble campeón olímpico en Montreal 1976, dueño de un aura que reventó cronómetros y fronteras.
Luego aparece Javier Sotomayor, máximo ganador cubano de la Encuesta con cinco coronas que reflejan su reinado en el salto de altura. Sus marcas, inalcanzables y eternas, convirtieron cada competencia en un espectáculo de técnica y vuelo, y su nombre sigue siendo sinónimo de excelencia atlética en toda América Latina.
Con los años 80, la Encuesta cambió: ya no solo coronaba al más destacado, sino también al mejor equipo. Los conjuntos cubanos de béisbol, voleibol y polo acuático dominaron como un coro afinado por manos de campeones.
Más tarde, desde 1988, la separación por sexos amplió el mapa de glorias y permitió que nombres como Ana Fidelia Quirot, dos veces campeona mundial; Osleidys Menéndez, recordista universal del jabalina; y Maritza Martén, campeona olímpica del disco, se transformaran en símbolos femeninos del continente.
En medio de esta odisea, Brasil vibró con Ayrton Senna, tres veces campeón mundial de Fórmula 1, el golpe de eternidad de sus futbolistas y el golf sublime de Lorena Ochoa.
Argentina celebró a Messi, brújula eterna del fútbol moderno y rey de Balones de Oro… pero también a un dios que incendió el mundo: Diego Armando Maradona, héroe absoluto del balompié latinoamericano, símbolo de irreverencia, arte y devoción popular. Su sombra, luminosa y rebelde, sigue viva en cada edición.
Jamaica dejó caer un trueno imposible de repetir: Usain Bolt, ocho veces campeón olímpico, dueño de los récords de la velocidad humana y máximo ganador histórico de estos sondeos con seis premios.
Pero la historia reciente tiene otro pulso: el de quienes ensancharon los límites del cuerpo hacia territorios casi míticos. La venezolana Yulimar Rojas y la colombiana Catherine Ibargüen, titulares olímpicas y multicampeonas mundiales, quienes con cinco lauros, se han convertido en las figuras femeninas más premiadas de estas consultas.
Y entonces aparece él. El último coloso. El que parece tallado en la piedra de antiguos mastodontes: Mijaín López, cinco veces campeón olímpico y mundial, héroe griego nacido en Pinar del Río. Mijaín no ganó esta encuesta el año pasado: la conquistó, la habitó, la hizo suya. Como antes Stevenson, como antes Sotomayor, como antes Juantorena.
La historia se detiene en su sombra amplia, en su mirada serena, en sus pasos que parecen golpes de tambor sobre la tierra, y hace que estos listados sean un poema continental donde cada generación escribe su verso.
Hoy, al abrir la edición 61, Prensa Latina lanza su consulta y abre una puerta a seis décadas de hazañas. En ese reflejo, brillan nombres, fechas, países y epopeyas que no envejecen. Porque la gloria, cuando se escribe a fuerza de músculo, sudor y convicción, no conoce el polvo del tiempo.
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