Y es que, como ocurre en muchas naciones donde se hacen infusiones a partir de productos locales, para un sudafricano lo más normal del mundo es tomarse un térooibos (del afrikáans rooi bos, que significa “arbusto rojo”), elaborado a partir de hojas de la planta endémica Aspalathus linearis, cultivada en la costa occidental del país.
El té ha sido popular en el sur de África durante generaciones. Sus posibles usos medicinales podrían haber sido introducidos antes del siglo XVIII por los pastores khoisan o los cazadores-recolectores san y rápidamente incorporados por los primeros colonos holandeses.
Sin embargo, no es hasta inicios del siglo XXIque ganó popularidad a nivel internacional con su sabor peculiar.
De un color rojizo, algo menos intenso que el carcadé egipcio (hibiscus) de tonos marrones, el rooibos tiene, según los expertos, un gusto “natural, suave, ligeramente dulce con notas afrutadas”. Para los simples mortales, eso se traduce en un gustillo y, sobre todo, un olor “a hierba”, aunque agradable.
Si bien existe el llamado rooibos verde, que se elabora a partir de hojas no fermentadas y es algo exclusivo, el más común es el obtenido a partir de la fermentación.
Usualmente se consume como el té negro, en bolsitas sumergidas en agua hirviente. Suele mezclarse con leche, azúcar, y en forma de expresos, lattes y capuchinos.
Más allá del placer de saborearlo, según los conocedores, se puede tomar a cualquier hora del día, ya que no contiene cafeína; también, después de las comidas, pues no dificulta la absorción del hierro y,por tanto,esuna buena opción para embarazadas o niños.
Al mismo tiempo, presenta niveles muy bajos de taninos y tiene propiedades antioxidantes, la variante verde más que el rojo.
(Tomado de Orbe)