Como un emperador romano vitoreado por sus súbditos luego de una guerra de conquista arribó el joven de 25 años a la meta con su camiseta rosada de líder que se enfundó en la segunda etapa, al llegar primero al Santuario de Oropa donde los moradores veneran la estatua gótica de la Virgen Negra.
Debutante en esta clásica, el también bicampeón del Tour de Francia y miembro del equipo UAE Team Emirates, se apuntó seis triunfos parciales y sentenció en el Monte Grappa, muy cerca del Memorial a los miles de Partisanos masacrados por los nazis en la II Guerra Mundial.
El hombre que ganó el bronce en Tokio 2020 y le dio a su país la primera medalla olímpica en la historia del ciclismo de ruta sabía que todos los caminos conducían a Roma, cuando venció en la primera contrareloj individual y se hizo inalcanzable en la clasificación general.
Con la Corsa Rosa en el bolsillo, aquel niño amante del fútbol que un día motivado por su hermano se subió a una bicicleta, entró triunfal en Prati di Tivo, Livigno y Val Gardena antes de llegar al antiguo Alpe Madre, donde su coronación era cuestión de tiempo.
Casi 10 minutos de ventaja le sacó el «Pequeño Principe» a su más cercano perseguidor, el colombiano Daniel Felipe Martínez, para demostrar que es uno de los mejores del planeta.
Pogacar, quien también es un gran defensor del desarrollo del ciclismo femenino inspirado por su pareja, la también pedalista profesional Urska Zigart, es uno de esos seres humanos que jamás flaquean ante las escollos que encuentran en su camino.
Mi lema es: soy ciclista, puede que no sea el mejor, pero es en lo que me esfuerzo por ser. Puede que nunca lo consiga, pero nunca dejaré de intentarlo. Espero demostrarles a otros que si aman algo, deben intentarlo y no rendirse nunca, declaró el campeón.
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