sábado 15 de noviembre de 2025

Chico Díaz: El cine es el espejo donde un pueblo aprende a mirarse (+Fotos)

Brasilia, 30 oct (Prensa Latina) En diciembre, cuando los vientos del Malecón traen olor a sal y celuloide, La Habana volverá a ser faro del cine latinoamericano.

Por Osvaldo Cardosa Samón

Y entre los nombres que cruzarán el umbral luminoso del 46 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, uno resuena con la cadencia de dos mundos: Francisco «Chico» Díaz Rocha, nacido en México, formado en Brasil, y habitante, sobre todo, de ese territorio sin fronteras llamado arte.

Chico Díaz a sus 66 años conserva la serenidad del que ha visto mucho y el fervor del que aún busca.

Actor de más de 80 películas, desde O Sonho não Acabou hasta joyas de autor en las que se expone sin red, llegará a La Habana no como una estrella, sino como un caminante del oficio, «interesado en participar de las discusiones y del panorama cinematográfico latinoamericano para una mayor reflexión y capacidad de lectura del momento», confiesa.

El artista que alguna vez estudió arquitectura, pero prefirió construir personajes antes que edificios, habla del cine con una mezcla de oficio y fe. El cine es herramienta fundamental de reflexión de los países con su propia cultura, sostiene en una conversación exclusiva con Prensa Latina.

«Un pueblo debe mirarse en sus diferentes geografías y latitudes, pues resulta fundamental. Y para eso es importante capacitar y descentralizar los núcleos de producción en todo el país», razona.

Esa idea de un pueblo que se mira a sí mismo, que se reconoce entre luces y sombras, atraviesa toda su conversación. Chico no es un teórico del cine, sino un hombre que lo vive como quien respira. Sabe que el cine latinoamericano, pese a las adversidades, conserva un pulso rebelde.

«Somos un inmenso continente, una tierra exuberante con muchas historias para contar y de las formas que más nos interesen contarlas. Tener las riendas de la narrativa es importante para el porvenir», afirma, y en su tono se adivina una certeza antigua: la de que sin narrativas propias, los pueblos se quedan mudos.

Entre México y Brasil —sus dos patrias del alma— Díaz ve caminos que se cruzan y otros que todavía esperan puente. «México es un fuerte representante del cine hispano latinoamericano. Respecto a la integración resulta difícil, pues falta para eso voluntad política de los países», reflexiona.

No es pesimismo, sino lucidez: sabe que las pantallas, como las fronteras, también se gestionan desde el poder.

El Festival de La Habana, con su historia de compromiso y su vocación humanista, lo entusiasma como espacio de diálogo. Pero no idealiza.

«Tenemos ahí dos discursos posibles y sus correspondientes soportes. Una es la narrativa a través del cine, con sus temas y cuestiones ofrecidas, y la otra es la política que permite que las películas lleguen a las salas y consecuentemente al pueblo. Eso también es una cuestión política y económica», manifiesta.

En su mirada sobre Brasil, resuena la mezcla de esperanza y crítica de quien ha visto el país reinventarse una y otra vez.

«Tenemos un amplio espacio de creación en los diferentes soportes posibles… Entretanto, la lucha por el reconocimiento de los derechos autorales todavía encuentra resistencia», refrenda. Y uno entiende que detrás del actor hay también un ciudadano, un trabajador del arte que no se desentiende del mundo que lo rodea.

Como intérprete, dice interesarse en «ser legítimo representante del hombre sudamericano en su lucha de liberación y conciencia». No es una frase aprendida, sino un credo: el de un artista que no elude la historia ni el compromiso.

Prensa Latina le pregunta qué tiempo siente que le toca testimoniar. No duda: «Ser fiel a una mirada justa sobre las condiciones de vida y de lucha. Inclusión, participación y concientización. Y claro, con mucha poesía, humor e identificación».

El reputado histrión siempre responde sin solemnidad, con esa mezcla de sabiduría y ternura que tienen los actores veteranos que aún creen en la función social de su oficio.

Cuando se le pide definir el momento actual del cine latinoamericano, sonríe, casi con pudor: «Confieso que no estoy enterado lo suficiente del panorama para emitir opinión segura, pero mi deseo es que sea un fiel espejo del tiempo y que apunte perspectiva y caminos para el desarrollo de los pueblos».

Así, entre deseos y certezas, Chico Díaz llegará a La Habana en diciembre como quien regresa a una casa conocida: la del arte que piensa, que provoca, que sueña. No viene a conquistar alfombras rojas, sino a compartir una fe sencilla: la de que el cine, ese espejo colectivo, todavía puede enseñarnos a mirar.

jha/ocs

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