Dirigentes de Morena asocian el hecho a una política de descrédito de los adversarios de la Cuarta Transformación y de su líder Andrés Manuel López Obrador (AMLO), a quien comenzaron a llamar narco-presidente como si se tratara de Felipe Calderón, quien sí lo era y así se confirma en el juicio en Estados Unidos a su secretario de Seguridad Genaro García Luna.
Es muy sintomático que, en la medida en que la candidata presidencial por la alianza derechista Fuerza y Corazón por México, Xóchitl Gálvez, no logra su propósito de subir el palo encebado de las encuestas, la campaña contra su adversaria Claudia Sheinbaum se recrudezca junto con la de López Obrador.
El trasfondo de todo, según esas fuentes, es claro, aunque complicado y se va más allá de los límites de México y llega a la otra orilla del Río Bravo, donde también se vive un proceso electoral.
Para la derecha mexicana es un hecho que Donald Trump será el candidato republicano y, más aún, que derrotará a Joe Biden y volverá a habitar la Casa Blanca desde donde aplicará, según ha repetido, una nueva política bilateral con México mucho más agresiva, en particular sobre migración, tráfico de drogas y el Tratado de Libre Comercio que comparten con Canadá.
En la ecuación de empresarios y grupos de poder detrás de Xóchitl Gálvez, a Trump le conviene más una presidenta como esa empresaria, quien ya proclamó una relación estratégica nueva con Estados Unidos para convertir a América del Norte en la máxima potencia del mundo.
En cambio, a Sheinbaum la muestran como una continuación de López Obrador e impedimenta para objetivos hegemonistas.
La lógica aplicada es que todo aquello que perjudique a AMLO y su Cuarta Transformación debilitará a Sheinbaum ante los ojos de los mexicanos y abonará en favor de Gálvez, aunque sea por decantación, pues el supuesto carisma popular que le adjudicaron a la empresaria es muy cuestionado y el perfil de su campaña lo cambiaron radicalmente.
No es extraño que, para intentar mejorar su imagen, el conservadurismo mexicano haya tomado como leitmotiv de su campaña de descrédito dos asuntos altamente sensibles para la ciudadanía: la violencia criminal y el crimen de Ayotzinapa, ambas asignaturas inconclusas de este Gobierno. Esos dos temas tienen tanta importancia en la sociedad, que la oposición se da el lujo de elevarlos a los primeros planos de la campaña contra AMLO y Claudia, aun cuando todo el mundo sabe que son herencias de los gobiernos de Acción Nacional y Revolucionario Institucional, y que la mayor ansia de la familia mexicana es eliminar el crimen organizado para que se acaben masacres como la de Ayotzinapa.
La campaña mediática explota todas esas aristas que ahora achacan a la Cuarta Transformación: proliferación de cárteles y familias mafiosas, exageración mediática de su participación en la vida social y política de la nación, en particular en las elecciones, homicidios a candidatos y periodistas, aumento del tráfico de armas y de drogas, como si este Gobierno fuera el causante de esos males y no los combatiera, y que lo mismo pasará con Claudia si sale vencedora.
De tal manera, la campaña proselitista de Gálvez cambió radicalmente para presentarse como la que acabará con la violencia y males sembrados y aumentados en épocas de gobiernos de sus mentores, y el relanzamiento de una nueva unidad estratégica con Estados Unidos, sus políticos y empresarios, con quienes está en contacto.
El presidente López Obrador fue muy claro al señalar ese mismo día que lo sucedido con la puerta rota de Palacio no es un tema de Ayotzinapa, sino de un movimiento de provocación para que su Gobierno pierda los estribos y reprima a la gente, otro tipo de violencia que sepulte los beneficios al pueblo, logrados con la Cuarta Transformación.
Sin lugar a dudas, no se trató solamente del simple derribo de una puerta para lo cual no hay justificación en un caso como el de Ayotzinapa, sino de una acción de mucho trasfondo político en un clima de campaña electoral que apenas ha comenzado.
Decía José Martí en su artículo sobre la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América, en mayo de 1891: «A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve». npg/lma